sábado, 1 de octubre de 2016

Que descanses, papá... (para Jorge Alberto Albé. in memoriam)

Era yo pequeño, y vos, papá...vos eras Tarzán.
No necesitabas luchar contra fieras, ni tampoco viajar en lianas entre las altas copas de verdes frondas, pero teniéndote a mi lado sabía que nada malo me habría de pasar.
Tampoco necesitabas ser alto para que te viese gigante, imponente, pues tenías ante mis ojos inocentes una presencia de superhéroe.
Salías cuando aún era madrugada, bajo la negrura del cielo para traernos el pan; algunas muy frías, de esas de escarchas, y retornabas anunciado por el coro de los grillos, casi de noche o en noche ya declarada; con figuritas para nosotros, la revista "El Gráfico", bolitas punteras o álbumes de estampas.
Tal como hiciera tu abuelo, al despuntar el alba, te levantabas en fin de semana. Y en esas horas mansas, cuando la tenue luz de la cocina bajo mi puerta se colaba y el resto dormía, presuroso e inquieto yo saltaba de mi cama. Para tenerte un rato en exclusividad, tomar contigo los primeros mates amargos de mi vida -bien calientes por entonces-; descubrir países, ciudades y ríos en los mapas que me regalabas; leer juntos las noticias deportivas del diario; repasar tu lejana infancia gris; y conocer de tus labios la historia de próceres como Labruna, Amadeo Carrizo o Walter Gómez, a quienes sentía entre nosotros, suspendidos en el aire hasta desvanecerse, mimetizados con la niebla de tu cigarrillo humeante.
Recuerdo tu mano, rasposa y curtida por el trabajo, asiendo muy fuerte a la mía; compartir la esperada "aventura" de dar juntos la vuelta a la manzana para hacer las compras, en un barrio en el que hasta estos días nada ha cambiado a pesar de que las décadas, como agua entre las manos, inexorablemente se nos escurrieran.
Hoy me siento otra vez un niño, papá.
Ya sin el abrigo de tu abrazo para mis momentos difíciles, ni tu consejo, tan empírico y tan sapiente.
Me encuentro solo sin siquiera estarlo, caminando a tientas por la incipiente y brumosa vía de mi orfandad.
Tu partida silenciosa en el confín de la madrugada, tu momento preferido, me hace sentir frío en la piel y vacío en el alma.
Tuvo que ser en primavera, muy niña ella, muy virgen, al mismo tiempo en el que me ceñían el otoño y su hojarasca.
Te marchaste a la misma hora en la que siempre te levantabas, cuando en las panaderías las hogazas de pan y las facturas aún se hornean; cuando los zorzales abandonan sus nidos y la noche transmuta en mañana; cuando los duendes de tu jardín suspenden su juego y vuelven a guarecerse en el escondite de sus plantas.
Me siento un niño, papá, pero vos tenías el legítimo y muy justo derecho de descansar.
Ahora cuidarás céspedes y cultivarás flores en los jardines del cielo.
Y aunque allí nunca se sequen regarás otras plantas, pero verte haciéndolo a Dios le satisfará, así como le satisfacía a mamá.
Verás más de cerca el vuelo de las aves, tan libres ellas como lo sos vos ahora, luego de quitarte los grilletes de tu cuerpo cansado y de librarte de la cárcel de tu cruel enfermedad.
Me siento un niño, papá querido, una vez más, aunque ahora junto a mí ya no lo tengo a Tarzán...


Pablo, el druida
@Druidblogger




2 comentarios:

  1. llegué hasta tu blog ávida de curiosidad, la nota de #niunomenos prometía, coincidiendo en tu enojo...en tus palabras...en tu análisis digno de periodista avesado y objetivo, pero me detuve aquí, en ésta despedida, tan sentida, tan sincera, tan dolida.- Que hermosas palabras para tu papá, que orgulloso estaría de vos..(pasaré mas seguido por aquí..) ...@chicaluminosa

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    1. Gracias, mil gracias por detenerte en este humilde espacio, privilegiarme con tu opinión y conmoverte con mi perenne "saudade". Beso grande! Pablo 👍

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