Argentina, "granero del mundo" cuando sobre el hemisferio septentrional se cernían los espesos nubarrones de la guerra, tiene hoy un 32% de pobres y un 6,7% de indigentes según el informe que en las últimas horas hiciera público el INDEC.
Un país que produce alimentos para 450 millones de personas y que podría ser a mediano plazo el supermercado del planeta si pusiesen en valor los productos que exporta y si las políticas de Estado tomaran un rumbo acertado.
Los números son duros, presentan la crudeza de la realidad, representan un fracaso de nuestra dirigencia política y una deuda de la democracia recuperada: en 1983, cuando culminó la última dictadura militar, el índice rondaba apenas el 8% de la población.
La pobreza puede incrementarse según se generen ciertos contextos internacionales desfavorables, portadores de vientos en la proa; del cisne negro de largas sequías y consecuentes cosechas magras; del bajo precio que tengan los commodities en el mercado de Chicago.
Pero es, fundamentalmente, el resultado de malas gestiones, más aún cuando tiene naturaleza estructural y décadas de existencia.
El observatorio de la UCA presenta también cifras similares en indicadores propios de pobreza e indigencia.
Echarle la culpa sólo a la dirigencia, empero, es no sólo insuficiente sino un facilismo evasivo de responsabilidades menores.
Hay otros actores en escena.
La gente cuando vota convalida o no la existencia de listas sábana así como personajes de pasado oscuro. Se deja subyugar por discursos y proclamas ampulosas, termina aceptando el sistema de punteros, un pozo sin fin que se queda con enormes recursos; y hasta acepta la prebenda mientras prostituye su conciencia.
Existe también un empresariado nada inocente que se abraza o se pelea, según convenga, con cualquier Gobierno sea cual fuere su color.
Y algo insoslayable, un país sin moneda desde que, al menos, el siglo XX empezara su segunda mitad, la génesis de un paulatino cambio en el modo de ahorrar de los argentinos: el de pintar de verde sus billetes.
Pero es sin dudas la dirigencia la máxima responsable; no sólo la que pertenezca circunstancialmente al partido que gobierne sino a aquella que no ejerza una oposición responsable.
No hay dudas de que los políticos "no se han bajado del caballo". Podría citar muchos ejemplos, pero ayer leí el caso del senador Adolfo Rodríguez Saá, expulsado del PJ puntano por su propio hermano. "El Adolfo" pidió licencia con goce de haberes en la Cámara Alta para dedicarse a la campaña electoral. Su sueldo de senador, de $ 350.000.- mensuales, será pagado por los contribuyentes. Los mismos que pagan su jubilación de privilegio de $ 300.000.- por haber sido presidente una semana en 2001.
Cito el último caso, también del PJ, porque no hay nada peor que la doble moral o representar una verdadera apología de la contradicción: a la senadora Cristina Fernández de Kirchner, frecuentemente ausente en los debates de su Cámara, le hallaron una suma de U$S 6.500.000.- sin justificar en sus bienes declarados. Se trata de certificados de plazos fijos y de compra de inmuebles.
Sabemos que ese monto es apenas "un vuelto" frente al caudal que pudo acumular con la función pública.
Me pregunto cuántas personas podrían salir del status de pobres pesificándose esa fortuna.
Hay muchos que pasan necesidades básicas en la Argentina, país que ahora tiene récord de cosecha de maíz y soja.
Cómo puede ser posible?
Son malas noticias en tiempos preelectorales y el Gobierno Nacional no puede hacerse el distraído: seguramente subestimó la inflación, no encontró las herramientas para que la economía marche desde el último año, no inspiró la suficiente confianza en el electorado y en los mercados.
Y no se ocupó de la clase media, eterna pagadora de cheques recurrentemente librados por un Estado voraz.
Porque quienes más tienen, nunca sufren estos vaivenes de la economía, y los más pobres nunca han sido tan asistidos como con este Gobierno.
No obstante, en un país que en 1913 tuviera el mayor PBI del mundo, y que antes del peronismo tuvo el PBI de Brasil, México, Colombia, Chile, Perú, Paraguay y Bolivia juntos, es imperdonable que se lleve tanto tiempo de desvarío, de desigualdades y con tanta gente viviendo debajo de niveles mínimos de dignidad.
El porcentaje de pobres, por otro lado, podrá variar del 30% al 28%, del 28% al 32%, pero de cualquier modo será alto.
De hecho fue la devaluación de un año atrás la que hizo crecer dramáticamente ese 25,7% en un 32%.
Una política cambiaria desacertada modifica esos coeficientes, sin que por ello quiera significarse que naden en la abundancia aquellos que por poco llegan a fin de mes: un estornudo de la economía los "convertiría en pobres", aunque de hecho lo sean.
Por tanto, aquí se vislumbra un modo claro de atacar esa lacerante asignatura pendiente: una política monetaria aceitada.
Después, por cierto, darle a la educación la importancia que tiene, pues las oportunidades de quienes culminan su escolarización siempre serán mayores.
El Gobierno de Cambiemos halló una forma indirecta pero de no menor impacto para iniciar ese camino utópico hacia la "Pobreza Cero": la obra pública, la mayor en muchas décadas, con el agregado de hacerlo sin sobreprecios.
También la producción de energía, sincerando tarifas pero dando trabajo y mejorando perspectivas de exportación que ya se vienen llevando a cabo.
Mejorando el transporte público y el de cargas, en este último caso dándole mayor protagonismo al tren, para bajar costos de logística, otorgando más dinamismo a pueblos y reduciendo la contaminación en el medio ambiente.
Culminando ya esta simple apreciación personal, agregaría apenas tres diferencias fundamentales en el modo de abordar la pobreza entre el Gobierno que se fuera y aquél que lleva ya más de tres años de gestión: los primeros siempre priorizaron el cortoplacismo, en un país con elecciones cada dos años; los segundos, al menos en lo discursivo -sépase que les creo- siempre piensan en un país para los próximos 50 años.
La segunda diferencia radica en los niveles de corrupción, pues su mayor impacto lo reciben quienes menos tienen: el período 2003- 2015 marcó el mayor grado de la misma en nuestra historia como Nación.
Y la última, también importante: el peronismo dominante -en su vertiente kirchnerista- siempre ocultó la pobreza, enmascaró sus porcentajes y dibujó las estadísticas. De hecho en 2015 Cristina, a poco de irse, hablaba en foros internacionales de una pobreza menor al 5% en Argentina.
El Gobierno de Cambiemos, que a pesar de sus intenciones no pudo evitar el rebote del número de pobres, no sólo lo reconoce sino que lo admite dondequiera que fuere y con visible pesar...
"La pobreza le priva al hombre de todo espíritu y virtud. Es difícil para un saco vacío permanecer derecho" -Benjamin Franklin-
Pablo / @Druidblogger

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