No se ha encontrado, aún, certificado analítico que probare su título de abogada.
No obstante, lo que ELLA no necesitaría probar jamás, por cierto, sería su tácita diplomación como falaz y contradictoria serial. En ello hasta podría tener la máxima láurea, el más elevado honoris causa.
Hasta hace un año, las tropelías de Moyano no parecían moverle de su rostro un milímetro de bótox. Todo estaba permitido en tanto fuese funcional a sus planes de ir por todo. El líder camionero podía, pues, bloquear a petroleras que se rebelaban, a diarios opositores, a cadenas de supermercados. Hoy pasa a ser un traidor, un servil a las corporaciones y a la "derecha"; pero mientras lo acusaba de tales y tantos otros pecados capitales, en la primera fila de aplaudidores para su nueva alocución victimizante, en San Pedro, la presidente tenía a Gerardo Martínez y a Armando Cavallieri, nada menos. Tan emparentados con sectores castrences, reaccionarios y/o cercanos al neoliberalismo noventista.
Pero ello no fue todo. Dejó mal parada a la marioneta humana de Abal Medina, payasesco Jefe de Gabinete que en las primeras horas de la jornada había hablado de aquello a lo que consideraba como un "piquetazo" nacional, corrigiéndolo delante de todos cuando tildó de "apriete" al paro nacional de actividades organizado por el líder camionero en alianza con la CTA.
Extraño resulta -o no tanto, a decir verdad- escuchar esa frase proviniendo de la presidente cuando, en forma consuetudinaria, recurre a la AFIP, al SIDE, a la UIF, al Ministro de Justicia y hasta a LA CAMPORA para "apretar" a díscolos, a opositores, a independientes y a todo aquel que manifestare ideas contrarias o defendiera intereses opuestos a los suyos.
Cristina además habló, nuevamente, de la bandera emblemática de los derechos humanos, pero justamente en la misma reunión en la que enaltecía la figura de Juan Manuel de Rosas, aquel cuyos cruentos métodos inspiraron a infames dictaduras posteriores. La Mazorca de Rosas no era, precisamente, una hermandad de monjes tibetanos, sino una estructura que perseguía, secuestraba, torturaba y hasta hacía desaparecer a enemigos del federalismo. Pero la memoria selectiva afecta a muchos, incluyendo a nuestra jefa de Estado, que tampoco pareciera recordar que el protagonista de la fallida gesta de la Vuelta de Obligado terminaría posteriormente sus días en Southampton, Gran Bretaña, nación a la que interiormente admiraba y a la que eligiera como última residencia.
Habrá que tener, quizás, un poco más de piedad de una persona tan cargada de stress: 5 años ejerciendo la máxima magistratura parecieran haber minado su capacidad cognitiva. Alguien con tan pesada mochila de frustración, como la de ir comprobando que la cápsula en la que vivía inmersa empieza a mostrar severas grietas por la que se filtra la realidad. Pues eso la descoloca, la saca de sí, y la incita, por ejemplo, a hablar enfáticamente de las divisiones y fracturas que padecemos los argentinos, como si con su difunto esposo no las hubiesen promovido, en compartida angurria por el poder absoluto. Como si "El Príncipe", de Nicolò Macchiavelli, no hubiera reposado, bien visible, en sus bibliotecas de Río Gallegos, El Calafate y Olivos.
Hacia el final de su encendido discurso me desasné, me enteré por su propia boca de que las Vueltas de Obligado hubieron de ser muchas. Una, desconocida, empezó el 25 de mayo de 2003; otra en 2005, con el canje de deuda; otra con el pago al Fondo Monetario, y tantas otras, descabelladas, que terminarían siendo para mis incrédulos oídos como las cuentas de un enorme y delirante rosario de episodios tan patrioteros como cuestionables. De ese modo, la destartalada soberanía termina descendiendo a los infiernos: como ejemplo basta Aerolíneas Argentinas, de la que dijo que operaba muy bien. O YPF, paradigma de soberanía energética a los ojos kirchneristas. Hoy por hoy, no vale un céntimo.
Habría que asesorarla más, debería ser más cuidada por su círculo más íntimo. Para que no se hunda en proporción a como su lengua trabaje. Encima habla sin parar, sin ahorrar gestos ampulosos ni frases chabacanas, éstas últimas cada vez más recurrentes en su repertorio.
El final de cada discurso eterno termina siendo, sin ELLA proponérselo, una fenomenal Apología de la Contradicción.
Pobre Cristina. Traicionada por su inconsciente de odio, por su ánimo de revancha, por la piara de obsecuentes que le hipertrofian el ego en cada aplauso fácil.
Y en el vasto mar de contradicciones oficialistas, como testigos y como víctimas, estamos los pobres argentinos de a pie...
Pablo, el druida

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