Siento la tibieza del mar.
Ese que es bravo y verde, que se recuesta sobre playas eternas más allá de Tordesillas.
Tan impetuoso que me trae mensajes de las profundides, entre sal y conchillas revueltas, limos y pedruscos.
Puedo sentir sin ver, viajar bien lejos allende el horizonte.
Sólo me basta cerrar los ojos, conectar mi alma, sosegar de lo mundano a mis sentidos.
Y que apenas se escuche el viento, por lejano pariente éste sea de los cálidos alisios del paralelo cero.
El verde césped será entonces arena; los zorzales, gaviotas; el sudor de mi piel, sal marina y las hojas, pequeños buzios...
Pablo, el druida
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