jueves, 24 de enero de 2013

Dentro y fuera...


Afuera arrecia el viento.
Vehemente y eólico mensajero que llega con inequívocos presagios de tormenta estival.
Viene del norte y es cálido, pero sus latigazos no me hacen daño: sé que traen agua, y el agua mi sosiego y fugaz resurrección.
Adentro, sólo silencio.
Compañero fiel si los hay. Porque es sólo mío, y no un castigo ajeno.
No es tampoco la ausencia de buenas nuevas, ni reiterado advenimiento de verdades a medias.
En el alma, desorientación. Y casi ya sin espacio para la sorpresa.
Ambas ya se marcharán, parecen tener en mí sus horas contadas.
Sólo la angustia ha sido siempre parte insustituible de sus paredes. No se irá nunca del todo, a pesar de la inminente llegada de la resignación que, con todo derecho, reclama su merecida parcela para allí establecerse, acaso, definitivamente.
La atmósfera será cambiante en sus más bajas capas. El viento pasará y dejará tras de sí una estela de aire fresco; en la semana entrante Febo primará por sobre Eolo y nuevamente arrojará sus brasas candentes. Pero así ha sido siempre.
Bajo el humilde techo será el silencio, nuevamente, quien seguirá imperando. No abdicará, a pesar de la invasión ocasional de ciertos ruidos necesarios, pues sin ellos serían imposibles aún las pequeñas refacciones hogareñas.
El alma, empero, ella sí deberá encontrar su rumbo...

Pablo, el druida






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