martes, 20 de mayo de 2014

El ejemplo de River

Cuántos ejemplos nos da la historia acerca de sociedades y civilizaciones que antes de un volver a sus fuentes debieron primero colapsar.
Podemos inclusive citar al Renacimiento como paradigma de un retorno a los valores clásicos. Así las cosas, en Europa Occidental -en Italia fundamentalmente- las artes y las ciencias florecieron como nunca antes durante los siglos XV y XVI.
Reinos, países, regiones del globo, entidades, tuvieron primeramente que enfrentarse a la ruina, a la caída absoluta o, al menos, a prolongadas declinaciones, antes de experimentar posteriormente una explosión virtuosa.
El motor de Europa es desde hace decenios Alemania, país que otrora perdiera dos grandes conflagraciones.
Aún a riesgo de entrar con cierta ligerencia en osadas comparaciones, debemos decir que la vida vernácula no es ajena a tales vaivenes.
Argentina ha sido una gran nación, próspera, pujante y abierta al mundo. Penosamente, desde los años treinta esa realidad ha ido entrando en un declive progresivo, que se profundizara con la llegada del populismo y los reiterados y cruentos golpes de Estado. Desde el último de ellos han pasado ya tres décadas y democráticamente hablando nuestro país está viviendo, acaso, sus más tristes horas; la peor versión del Peronismo, encarnada en los gobiernos del matrimonio Kirchner, ha dejado al país sumido en una grave crisis financiera, social y energética, a pesar de haber gozado durante varios años de las bondades de un mundo favorable y de un contexto interno de crecimiento a "tasas chinas". No haber bajado el colosal gasto público y sostener erráticas políticas dejan como infausta consecuencia un complejo fin de ciclo para el Gobierno de Cristina Fernández y vientos de ajuste y alta desocupación para la preocupadísima población.
Era un hecho que la república atravesaría sin sentido alguno un estado de cosas como éste. Y la sanación tiene un costo elevado, que no llegará sin el sinceramiento de la realidad y una profunda reconciliación del país con la institucionalidad. Porque a pesar de todo somos un país con recursos naturales y humanos como para pasar a vivir con mucha mayor dignidad y creciente bienestar, pero deberemos primero morder el polvo y padecer de la ignominia.
Los argentinos deberíamos echarle una ojeada a la historia reciente de River Plate, enorme institución local que debiera sufrir el escarnio del descenso, la cuasi-bancarrota y la investigación de dos ex presidentes antes de empezar a torcer el rumbo desde el resultado de sus últimas elecciones, llevadas a cabo hacia fines del año pasado. A seis meses del acto eleccionario River se consagró nuevamente campeón argentino de fútbol de primera división, recuperando de a poco el sitial de elite que siempre ostentara en tan apasionante deporte.
A River volvió el diálogo, retornaron sus glorias vivientes a recorrer los pasillos del club, de a poco se van recuperando la concordia y la previsibilidad. Pero primero debió quedar en carne viva y por un largo año el corazón de toda su gran parcialidad.
Las historias a veces se reciclan.
Para renacer, primero se debe morir un poco. Le ocurre a todo aquel que haya sido llamado a ser grande.
Le pasó a River cuando se fue Passarella.
Le pasará a la Argentina, si Dios quiere, cuando se vaya Cristina...

Pablo, el druida





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