viernes, 26 de mayo de 2017

Y un otoño ya no estabas...

Ocho meses de que te fueras.
El viento del otoño empieza a despoblar de hojas a tus ligustros y la grama de la vereda tiene su tapiz amarillo y crocante, como si esperase de tu meticuloso y consuetudinario cuidado.
Un día como hoy yo llegaría imprevistamente y vos, munido de gorra de lana, escoba y pala, me mirarías con una sonrisa bonachona y continuarías con tu ritual, pidiéndome incluso que te ayudase a depositar las hojas en la bolsa; yo te reprendería por estar solo en la calle en tiempos tan difíciles, y vos harías como de costumbre oídos sordos a mis insensibles recomendaciones.
Era tu cotidiana y máxima preocupación: que el césped del frente de vuestra casa estuviese libre de hojas, mucho más cuando los árboles empezaban a lucir trigueños y despojados.
Pero era un entretenimiento para vos, no te generaba miradas torvas, gestos adustos y encendidas protestas que sí proferías ante los papeles, las eventuales latas de cerveza y gaseosa o las deposiciones caninas que podían ensuciar el siempre prolijo entorno de entrada.
Primer otoño sin vos; tu cabellera blanca ya no contrastará con la paleta de colores naturales de la estación, ni tu bastón se apoyará en la reja, tantas veces olvidado como sin llave quedara tantas otras la puerta. Eso merecía nuevas llamadas de atención, pero vos harías oídos sordos nuevamente, casi como un chico, con el rictus de tu enfermedad dibujado en el rostro me mirabas como sin comprender, como desestimando, pues tu premisa más importante estaba ya llevada a cabo.
Ni idea tenés de cuánto daría yo por hallarte barriendo, saludando cariñosamente a un perrito callejero o hablando ampulosamente con tus vecinos.

Te extraño, papá

Pablo - @Druidblogger



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