martes, 15 de enero de 2019

ADMIRANDO EL AMOR

Ayer por la tardecita, mientras me abrazaba el silencio de la casa y más allá de la ventana se observaban atisbos de una tormenta indecisa, repasaba el capítulo de una serie que seguía y continúo aún hoy viendo, descargada de la web en su casi totalidad, y que años atrás -en una situación similar a la que hoy vivo- me distrajera del sabor acre de los días.
Adentrarme en su personaje principal, agudizar el oído a una lengua conocida sin la ayuda del subtítulo, trazar paralelismos temporales y geográficos y, particularmente, quedarme embriagado por el amor que comenzaba a prodigarse una joven pareja, era por entonces antídoto parcial, pero ciertamente efectivo para al menos un tramo de largas tardes que precedían a noches pinceladas de eternidad.
El corazón golpeado abreva, prontamente, en la fuente de amores ajenos, ficticios o de la vida real. Y se imagina en sitios más benévolos y favorecidos de los que a él le tocaran.
Más experimentado por los caminos recorridos y con más callos en el alma, nunca puedo vencer, no obstante, a esa sensibilidad innata, tan mía, amiga de la emoción y la conmoción fácil.
El inicio del año 2014 se parece al inicio de este 2019 en mi plano emocional.
La situación en sí misma de este año en ciernes es peor, pero yo no soy ya la misma persona que fuera entonces, lo que deja las cosas más equilibradas. Hoy soy más fuerte, tengo más armas y recursos, me rodea y quiere más gente y mi vínculo con Dios y conmigo mismo han dado pasos decisivos.
Los planes botados al cesto de basura, los proyectos incinerados, el viraje en mi rumbo, hacen, de cualquier modo, que proyecte en otros lo que esperaba para mí. Y me conmueva ante besos y abrazos que se dan ilustres desconocidos, seres imaginarios bendecidos por el calor de un sentimiento mutuo creciente y fecundo.
Hoy por la mañana, con la lluvia ya declarada y el mate recién empezado, vi la foto de una pareja de ancianos que luego de haber cumplido 75 años de casados morían juntos abrazados, en el mismo lecho y doblegados al mismo tiempo por el paso de los años y la enfermedad.
Qué gracia más grande, qué generoso gesto del destino partir juntos con tu amor. Entrar de la mano al Paraíso y ser testigos de la luz y la paz que no tienen fin.
Cuando te amigás con la soledad y ella llega a ser tu compañera más fiel no te asusta llegar a viejo caminando sin nadie. Lo vas aceptando naturalmente, se te va haciendo carne hallar sólo tus huellas en el sendero que te conduce a la eternidad.
En cambio, cuando cada tanto aparece -o reaparece- alguien que se sube a tu tren y te propone envejecer juntos para luego bajarse en la primera estación, no te queda otra que conformarte con las migajas del banquete que se disfruta en otra mesa.
Así nos toca a algunos.
Que la vida, más allá de las conquistas, los choques y los cambios de norte no nos quite la capacidad de emocionarnos y admirar el amor.
Así inmersos en él como noviando con la soledad...


Pablo   /  @Druidblogger






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