Mirar el reloj, desandar las horas de a poco en una suerte de dulce espera.
Tomar el auto, poner música alegre, devorar kilómetros con la magna escenografía de un cielo de plomo.
Encontrarme con nuevos afectos, recibir abrazos, retribuir con la potencia de los míos, vibrar en la misma frecuencia y contagiarme el virus de la sonrisa colectiva.
Adorar a Cristo, agradecerle sus bendiciones y pedirle cuide de cerca a quienes ya no veremos, a quienes padecen enfermedad, a quienes amamos, a quienes se hallan en la bruma de la desorientación.
Recibir tres libros de regalo con el sello de una mirada tierna.
Compartir un exquisito asado de reflexiones agudas, carcajadas y desacartonamiento bajo el brillo de las estrellas.
Volver con el corazón reconfortado, pronunciar nombres de viva voz a 100 kph, desviarme a tomar una cerveza y ser el último parroquiano de un restobar.
Ser feliz es una decisión que me he impuesto.
Y Dios me alumbra el camino y me tiende sus cuerdas.
Bendito seas por siempre Señor.
Pablo / @Druidblogger



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