El del lunes 28 de enero, la última vez que te vi, y más que probablemente la última que te vea en la vida.
Comenzó a insinuarse con fuerza, continuó tomando color gracias al calor y la luz que el sol le prodigara, y su belleza exótica fue creciente desde que como pequeño botón naciera en el rosal de tu madre, despidiendo desde entonces su dulce fragancia.
Pero finalmente nunca llegó a abrir.
En tiempo ya lejano así se percibía tu llegada a mi vida, eras una rosa en potencia que se negara a serlo, que terminara renunciando a abrirse para mí.
Y así fue en cada fugaz reencuentro, en cada retorno de tu oleaje a mi arena costera.
Aunque nunca creí en la magia y ya no me fíe de las casualidades, sí creo en los milagros, todos de fuente divina.
Y Dios opera después de que cada uno lo intentara todo, aún como en mi caso, llegando al límite de la indignidad.
Naciste como mi más bello pecado.
Siempre esperé con inocente esperanza te transformaras en mi milagro.
Pero terminas siendo a mi existencia un pimpollo nunca abierto, ya de costado, aún en su delgado florero como perfecto símbolo de nuestro ocaso...
Pablo / @Druidblogger

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