miércoles, 24 de julio de 2019

SEXO Y DROGAS EN LA ESCUELA

Con K somos amigos. Muy amigos.
Es ella una gran persona.
Resiliente y leal, positiva, de espíritu noble.
Y en virtud de la confianza forjada en estos años hemos llegado a compartir aspectos privados de la vida de cada uno. De esos que no se comparten todos los días.
Detalles personales, heridas no cerradas, frustraciones, temores, anhelos, añoranzas, secretos inconfesables.
K es madre de dos lindas adolescentes que cursan el secundario. Lo hacen en una institución confesional de gestión privada de populoso barrio capitalino, en su flanco oeste.
Tengo el gusto de conocerlas y les guardo mucho cariño. Son sanas y entrañables, y han sido educadas, me consta, con mucho amor.
Seguramente lo que K me ha contado en la víspera sucede en forma habitual -o casi-, tanto en escuelas laicas como en las religiosas, públicas o no. Y a pesar de trabajar en una actividad relacionada en forma directa con la educación, el no haber sido padre me ha quitado seguramente un poco de perspectiva de lo real, de lo cotidiano en el universo juvenil actual, de lo que se cocina en tantas mentes adolescentes por estos tiempos líquidos, de revoluciones insondables y de marcado desorden moral.
K caminaba días atrás con L, su hija menor. Se dirigían a una tienda del barrio a comprar unos regalos, tranquilamente y en medio de un diálogo de bella complicidad.
De pronto mi amiga percibió que ante el paso circunstancial de un joven, de distintos piercings y tatuajes que cubrían rostro y cuello, su hija palideció y cortó el diálogo abruptamente; como si el paso de aquel muchacho encerrase algún misterio suficientemente grande como para sacarla un poco de su eje.
La pregunta resultaba inexorable y llegó con prontitud por parte de mi amiga.
Quién era ese teenager pelilargo que la puso tan tensa?
El joven resultó ser un alumno de su colegio -con quien no sostenía vinculación alguna-,  de un curso superior al suyo, que vende drogas en las propias aulas de la institución. Drogas de amplia variedad: dosis de paco, cocaína, porros y pastillas diversas.
Esa circunstancia era bien conocida por el alumnado, entre cuyos miembros cuenta él con conspicua clientela. Tantos como la mitad de los 30 compañeros de L, o 25 de los 30 alumnos de uno de los últimos cursos del secundario.
No es el único "dealer" dentro del colegio el tatuado transeúnte, hay más, entre ellos el propio hermano de uno de los preceptores.
Eso viene sucediendo desde hace unos años al menos en ese instituto, en un contexto global de creciente desvarío de una juventud cada vez más desatada, en el que los padres pasan del desentendimiento absoluto a ser severos fiscales de los docentes, en el que éstos han perdido nivel y autoridad y hasta suelen bajar líneamientos de orden político, y en el que está prohibido revisar las mochilas de los alumnos por considerarlo un procedimiento inaceptable y vejatorio de la intimidad y privacidad de los adolescentes.
Vale todo, pues.
Estaría todo permitido, por desconocimiento o inacción de autoridades, docentes y hasta padres.
Hasta el sexo oral en los baños de esa casa de estudios, circunstancia por la que el rector, por ejemplo, no sabe qué cartas jugar.
Me pregunto si es tan complicado que un docente o funcionario del establecimiento, de más de 100 empleados y por turnos, pueda custodiar la entrada a los baños, que no son tantos, en los diez o quince minutos que duran los recreos.
O si según el sexo un docente pueda revisar no quede nadie en ellos cuando cada recreo llega a su fin.
Reitero, estos fenómenos ocurren en un instituto privado en donde se imparte catequesis como asignatura obligatoria y en el que los padres abonan una cuota mensual no menor para que sus hijos reciban educación y custodia.
Qué esperar, por tanto, de lo que podría llegar a ocurrir en la geografía de una institución estatal y laica?
Venimos siendo testigos, desde hace años, de fenómenos recurrentes, como las tomas que por diversas y retorcidas causas se llevan a cabo en los institutos de enseñanza, varios de ellos de glorioso pasado, así como de lo que se moldea en la fragua de los centros de estudiantes, del aprovechamiento que tienen las fuerzas políticas -fundamentalmente la izquierda y el progresismo- de la maleabilidad y desorientación adolescentes, del crecimiento del discurso violento que los mismos utilizan, de las luchas por causas cuestionables tales como la Educación Sexual Integral sin la aprobación de los padres, el favorecimiento del aborto, el feminismo recalcitrante y radicalizado, la difusión de dialectos inclusivos y la resistencia hacia regímenes de estudio que busquen una educación de calidad.
Por qué aceptar tan fácilmente "lo que se viene"?
Hay que bajar la guardia y dejar que todo acontezca, así como así? Y favorecer de ese modo la anomia, la promiscuidad, el descontrol?
Se sabe lo que desde tantos años a esta parte acontece en los boliches, las discos y las bailantas.
También las historias sórdidas que se escriben en el reino de la calle.
Ahora, no obstante, estamos hablando de escuelas, que hace mucho han dejado de ser una barrera segura contra el ataque a la integridad de los menores.
Pero nunca como hoy.
En este campo, penosamente, estamos en condiciones de decir que lo peor, sea lo que fuere, aún no ha pasado...


Pablo / @Druidblogger


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