Hacía un tiempo que no soñaba con LL.
Pero cuando por allí aparece las cosas se enturbian y los desenlaces se asemejan.
Éramos un pequeño grupo mixto de cinco personas. Tal vez seis.
Yo siempre iba rezagado, fuera de contexto, como planeta moviéndome en diferente órbita.
Nos acercamos a una parada de colectivo urbano y todos hablaban, sin mirarme, a veces riendo, mientras planeaban la salida.
Estaba todo oscuro y era hora temprana, de fin de madrugada. No volvíamos de ningún sitio sino que acabábamos de unirnos y las actividades apenas comenzaban.
Como casi siempre en la vida real me tocó subir último, pero sólo debí abonar mi propio pasaje.
Me preguntaron hacia dónde viajaba y no supe decirlo con precisión, sólo el resto parecía saberlo. Intuí que sería a una zona cercana a Don Torcuato y hacia allí indiqué.
No tenía ni tarjeta SUBE ni vi que hubiese una máquina lectora, por lo que busqué afanosamente unas monedas en mis bolsillos.
El chofer observaba sorprendido y notó que me encontraba en problemas, el dinero no me alcanzaba.
Pero mientras buscaba nervioso, ante el total desentendimiento de mis compañeros de viaje, hallé después de hurgar bastante una enorme moneda, perteneciente aparentemente a una serie especial acuñada por un motivo histórico. En esos segundos pensé que a futuro podría tener cierto valor, por lo que decidí no sacrificarla mientras esperaba encontrar pronto el modo de concluir la transacción. Así, como pequeño milagro, mi vista se topó con una pequeña lata, plateada y redonda, caída en el piso. Tenía algunas inscripciones labradas en su tapa y se la ofrecí al conductor para complementar mi pago.
Me miró riendo y de algún modo se compadeció de mí, permitiéndome pasar al fondo para reunirme con los demás. A pesar de ello, por su sonrisa impura, el diálogo que pretendía estirar y su oferta de mantenerse a disposición cuando yo lo necesitase, vi yo en él los ojos del diablo. Giré entonces bruscamente y aferrándome a la baranda derecha avancé hacia el fondo. Así pude ver que el resto -LL entre ellos- hablaba entre sí sin prestarme la más mínima atención.
Busqué sentarme en un lugar cercano dado que ocupaban el asiento trasero en su totalidad.
Alguna pregunta mía tuvo como única respuesta apenas una mirada apática.
Al cabo de un rato y mientras el vacío hacia mí continuaba debimos bajar, y como casi siempre en la vida, también mi turno fue el último.
Le hice una pregunta a LL, con quien presuntamente yo iba hasta que el grupo se agrandara, y sólo me reprendió secamente, para luego acelerar su paso hasta reunirse con los demás, que caminaban unos metros delante.
Quedé sorprendido y con bastante pesar, y mientras ya con poca voluntad seguí mi marcha percibí que me retrasaba respecto al grupo, al que veía cada vez más de lejos.
Primero eran siluetas pequeñas y en instantes los perdí de vista. Creí haberlos divisado mezclados con la multitud que esperaba el tren, en una vieja estación en la que por la fuerza del viento corría mucho polvo.
Les grité, pero ya no estaban, me habían abandonado.
El tren partió rumbo al oeste, el andén se despobló, y mientras algunos papeles volaban yo quedé en absoluta soledad.
Con mi celular llamé a LL buscando una explicación, como si con su actitud desaprensiva no hubiese bastado, pero nunca respondió.
Entonces, sin dinero, sin saber qué hacer y desconociendo en dónde me hallaba, sólo apelé por último a mandarle un mensaje por whatsapp para decirle que había mejores y más amables modos de dejarme nuevamente y apartarme de su vida...
Pablo / @Druidblogger

Al margen de lo que podría decir Freud al respecto, no deberíamos permitirle a los sueños llenarnos de tristeza...
ResponderEliminar