sábado, 6 de marzo de 2021

TE PERDÍ EN LA BARRA DE UN BAR

Caminábamos juntos por una calle de barro, generosa en pozos y charcos, chapoteando con dificultad.
Por momentos y si lo permitían las condiciones nos tomábamos de la mano, como solíamos hacer si no viajábamos en mi auto.
Era una noche cerrada, sin gente ni vehículos a la vista.
Sólo vos y yo, confundiéndonos con las sombras, apenas interrumpidas por la luz mortecina de los postes públicos.
Pero como la luna perdía de a poco su timidez y vos estabas tan linda, se iba compensando la pobreza lumínica que ofrecía el entorno.
La dirección que llevábamos era hacia el sudoeste, avanzando en dirección a la Ruta 3, en La Matanza, camino hacia la ciudad con nombre de escritor.
No retengo con precisión de qué hablábamos, pero sí sé que dialogábamos con buen ánimo en ese particular caminar nocturno.
En determinado momento giramos hacia la derecha varias cuadras hasta llegar a un bar, casi un pub, absolutamente ajeno a la zona y a esa barriada tan humilde, chata y con miseria de décadas.
No bien entramos percibí que la música era discreta, no tan alta y que permitía hablar. Sonaba Soda Stereo; todavía escucho los acordes instrumentales y el timbre inconfundible de Cerati. 
Te sentaste a mi lado.
Los bancos eran largos, de madera y no teníamos una mesa delante.
Estábamos situados frente a la barra, despojada de gente hasta que en cierto momento se apostó en ella una figura masculina de la farándula.
No recuerdo de qué actor se trataba, sí que era conocido y bien parecido. 
Al cabo de un rato él comenzó a girar, seguramente por la lógica curiosidad de quien pretende otear el ambiente. La rotación era facilitada por su asiento giratorio. Al hacerlo por segunda o tercera vez su mirada se encontró con vos. Y después de ello con tu mirada, a la que respondiste con una sonrisa inevitable y complaciente.
A él no le importó que estuvieses acompañada. Tampoco mi porte.
Y tampoco a vos pareció importarte. Sólo te desentendiste de mí.
Te levantaste de mi lado con intenciones claras, pero a medida que te alejabas con dirección a la barra tu figura se fue desvaneciendo.
La noche se tornó aún más cerrada y yo quedé apesadumbrado y en letargo, por un tiempo que me pareció eterno sin moverme del largo banco.
Desconozco cuánto tiempo permanecí allí, inmóvil, con la cabeza en mis rodillas pues no había mesa donde apoyarla. 
Un camarero hosco y malhumorado tocó mi hombro y me despertó del estado de semi- sueño. Ellos debían cerrar y yo tenía que abonar la cuenta. Me llamó la atención el monto que mostraba el ticket fiscal, pero muy pronto comprendí: la adición se componía de nuestra consumición y de la tuya con el gigoló, el que te raptó de mi corazón. No llevaba mucho dinero en la billetera y alcancé a pagar todo con lo justo.
Un camarero barría el piso de cemento alisado y me miraba con cierta pena.
La música había cesado, no quedaban más parroquianos. Y ustedes, seguramente, se encontrarían en un sitio más íntimo.
Subí la solapa de mi saco y salí.
Ya no había luna, secuestrada por densas nubes plomizas pintadas en el cielo.
Ni tibias luces de mercurio.
Ni el suave tacto de tu pequeña mano perdiéndose en la mía.
Tampoco había cantado el primer gallo, de esos que aún quedan por esos parajes conurbanenses. 
Caminé con desencanto preguntándome por qué no había reaccionado.
Acaso por resignación, comprendiendo definitivamente que nuestro camino no es común. O quizás por algo introducido en mi copa que lentamente me fuera sedando. 
Me dolió tu desdén.
Y me dolió que te fueras nuevamente. 
Como cada tanto te vas de mi vida.
Hasta en mis sueños.


Pablo / @DruidbloggerOK




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