lunes, 6 de septiembre de 2021

RETROSPECTIVA

Entré con espontaneidad, como acto mecánico.
La puerta de entrada al condominio había sido cambiada y los muros mostraban mejores terminaciones. Subí la escalera común como si nada.
La llave ingresó en la cerradura con perfecta precisión. Giré dos veces hacia la derecha y accedí sin problemas.
Con natural impulso y una vez adentro te llamé, pero nadie respondió.
Fue extraño, pues tu celular estaba sobre la mesa, al igual que tu cartera y un juego de llaves.
El departamento lucía algo más amplio y más coqueto respecto a la última vez.
Todo brillaba: el piso nuevo de porcellanato beige claro, los muebles, la mesa redonda.
Sobre un sillón oscuro de dos cuerpos, que no recordaba, había un homenaje que te hicieran tus alumnos del terciario, un álbum de tapa oscura y letras doradas de agradecimiento hacia tu gestión. 
Se colaba la luz del sol por las hendijas de los postigos que dan al balcón y por estar entreabierto uno de ellos, lo que hacía brillar aún más las letras áuricas del álbum que apenas llegué a tocar, pero sin abrirlo.
La pieza lucía perfectamente ordenada, la cama hecha y nada parecía fuera de su sitio.
Se respiraba un aroma general agradable que mixturaba la del lustramuebles con el desodorante para pisos recientemente aplicado. Incluso flotaba en el ambiente la fragancia del Splendor, de Elizabeth Arden, como si hubieses salido instantes antes de que yo entrara.
De allí pasé hacia el baño y la sensación de orden era la misma.
Aséptico, limpio, ningún cabello largo y oscuro tras tu peinado reposaba contrastante en el blanco de la pileta del vanitory. Había dos cepillos de dientes y eso me afianzaba al lugar; supuse como mío uno de ellos, el más claro y algo gastado. ¿Sería mío? Comencé a dudar, el último que había comprado en la Farmacia del Oeste era blanco y gris, incluso algo más pequeño. El presuntamente tuyo, color rosa, tenía sus cerdas bien húmedas, denotando su muy reciente uso.
Toda vos estaba allí.
Tu cadenita, tu reloj, tus efectos personales, tu perfume persistente.
Toda vos, menos vos misma.
De pronto me inquieté, segundo a segundo fui sintiéndome más ajeno al lugar, y empecé a percatarme de que no sería bien tratado si intempestivamente allí irrumpías. Ya días atrás había cruzado a tus padres y me habían mirado con frialdad glacial. No había sido ese un buen presagio, y ahora ya afloraba en mi memoria una trama de desacuerdos del pasado, de discusiones entre nosotros, incluso de nuestro propio final.
Cuando la incomodidad ganaba espacio y el pecho se me llenó de culpa, finalmente, caí en la realidad. Hacía mucho ya no tenía que ver con ese pequeño espacio que me viera como circunstancial morador, aún cuando por entonces me percibiera en tránsito. Además nunca había extrañado sus rincones sombríos una vez que la vida nos separara.
Sentía ya necesidad de irme y mis movimientos iban ralentizándose. Como si la atmósfera se espesara o como si cierto magnetismo se empecinara en retenerme un poco más. Con esfuerzo procuré no dejar nada distinto de como lo hallara. La ventana con la misma apertura, la luz del baño apagada, cualquier mínimo detalle modificado debía verificarse.
Casi escapando tuve un pequeño sobresalto, vi entreabierta la puerta de ingreso. Tenía la certeza de haberla cerrado pero esta se movía ligeramente, golpeando el marco una y otra vez por la corriente de aire del pasillo común.
Cuando se oyeron voces vecinas y crecieron los bocinazos del tránsito, algo agitado aproveché para cerrar e irme. 
Toda vos estuvo allí.
Toda vos, menos vos misma.
De mí, en cambio, nada había.
Sólo mi espíritu, que como un soplo, pasó acaso en búsqueda de su parte aún cautiva.


Pablo / @DruidBloggerOK







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