sábado, 19 de marzo de 2022

El campo, la Ucrania argentina.

Después de un discurso vacuo y aburrido, previsible, sin definiciones concretas, leído por telepronter y bajo evidente efecto de sedativos, Alberto Fernández oficializó finalmente la suba de retenciones al campo.
A hurtadillas y de madrugada, por decreto, mientras todos dormíamos.
Más de lo mismo, viejas recetas que nunca han funcionado.
El empecinamiento terapéutico de pasar de 10 a 20 aspirinas diarias para curar el cáncer de la inflación: atacar al que produce en nombre de "la mesa de los argentinos", desincentivar la inversión con angurria impositiva, imponer controles, establecer precios máximos.
Medidas recurrentes que en décadas nos han estancado, nos han quitado fuerzas, nos han empobrecido, y que últimamente nos equiparan con los peores ejemplos populistas de la región, de economías arrasadas y democracias de baja o nula intensidad.
No sorprende escuchar a un presidente contradecirse abiertamente a sí mismo si nos valemos de los archivos. Hoy Alberto Fernández es su propio meme.
Ya no tiene ni autoridad, ni crédito, ni palabra ni, mucho menos, vergüenza. 
Tampoco memoria: él había dejado de ser Jefe de Gabinete 
del primer Gobierno de Cristina Kirchner en aquel conflicto con el campo de 2008, cuando se constituyera una "Mesa de Enlace" de asociaciones agrarias contrapuestas y con intereses dispares.
La gestión de Cristina, por entonces, logró el milagro de alinear a estructuras que entre sí se miraban de reojo, como La Sociedad Rural y la Federación Agraria.
El campo, principal motor de nuestra actividad, máxima fuente de exportaciones y generador por antonomasia de divisas, es para el kirchnerismo consuetudinaria víctima de asalto, reteniéndole ganancias legítimas con voracidad pantagruélica.
Un campo que viene perdiendo mercados en manos de Brasil, Uruguay y Paraguay, que no solo no imponen confiscatorios derechos de exportación a sus productores sino que aprovechan cada ventaja que les cede Argentina.
Hoy, con la sangrienta invasión rusa a Ucrania, Europa ve peligrar el 70% de sus importaciones de granos, harina y aceite de girasol que provienen de esos dos países en pugna. 
Argentina, edafológicamente hablando, es la nación mundial con mayor cantidad de buenos suelos en relación al número de habitantes. Contamos en la zona núcleo con alto porcentaje de chernozem o chenozion -según su denominación en ruso o ucranio- suelos ricos en humus, de tierra negra, ideales para la actividad agrícola; los mismos que deslumbraran a los nazis en Ucrania y del que se llevaran innumerables camiones hacia su país. De hecho, chernozem significa "tierra negra"
Vaya coincidencia. Contamos con suelos análogos a los de Ucrania y la llanura rusa, que aportan el 30% de la exportación de granos al mundo.
Con la suba de las commodities, podríamos aprovechar la coyuntura y comercializar lo que otros, momentáneamente y vaya a saberse hasta cuándo, dejarán de hacer.
Pero no, se suben retenciones al agro, arrinconando a los productores a exportar a un dólar cada vez más bajo mientras importan semillas, fertilizantes, insumos y repuestos a un dólar a más $ 200.-
Ese maltrato continuo llega también con fuerte discurso ideológico. 
"La Patria Sojera", el campo "desigual", los lock- outs patronales, los grandes terratenientes, la oligarquía rural, los especuladores, son todos conceptos anacrónicos, hojas amarillentas de libros ajados y llenos de polvo.
La conflictiva Resolución 125 de 2008 casi significa el abandono de un Gobierno.
Este nuevo embate al campo, con los mismos participantes, podría acelerar la caída del Gobierno actual.
La historia lo dirá.


Pablo / @DruidbloggerOK







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