Era un amanecer apacible.
Las aguas del río discurrían con mansedumbre, y la brisa fresca apenas acariciaba las ramas de los sauces que, enamoradas, se derramaban a su cauce con entrega.
El sol naciente comenzaba de a poco a reflejarse en los techos más elevados, en los edificios, en los ventanales, en el campanario de la parroquia.
Y allí, como recibiendo al día, tan cerca y tan distantes, estábamos vos y yo. Vos sentada en el banco de plaza, con tu cabello rojo suelto y mirando al vacío; yo sentado en el piso, con mis largas piernas extendidas, mirando en la misma dirección.
Éramos dos almas cada vez más ajenas, dos espíritus viajeros que coincidieron en un punto en el que el cosmos viajaba en retrospectiva, dos cuerpos independientes el uno del otro.
Cada tanto, se sentaba a tu lado alguien con quien intercambiabas algún diálogo intrascendente, y ese alguien luego se marchaba.
Pero no me hablabas ni yo te hablaba, éramos ambos como dos estatuas emplazadas en cercanía que custodiaban el mismo parque.
Cuando el silencio iba ganando espacio, aviones militares empezaron a sobrevolar la zona de oeste a este y a baja altura del otro lado del río. Presuntamente eran prácticas de la aeronáutica en adyacencias de la brigada aérea. Fue en ese momento que, por esas intempestivas pasadas, consultaste a un hombre que acababa de sentarse a tu lado. El sujeto, ya maduro y avecinándose a la tercera edad, te dio paternalmente la explicación de un experto. En eso pasó un avión algo antiguo e interrumpí el diálogo con una pregunta:
-"¿Ese no es un Gloster Meteor?"
-"Efectivamente, es un Gloster"- respondió secamente el avezado hombre, mientras vos te alejabas con destino indefinido.
El anciano también se alejó pero en otra dirección, no sin antes echarme una mirada de desdén y algo inquisitiva.
Quedé allí sin nadie en derredor, y de pronto me sentí más solo que nunca en la vida, con una fuerte opresión en el pecho y en un invierno emocional que bajaba mi guardia.
Te fuiste y yo empecé a extrañarte aunque fuésemos dos estatuas, dos entes desconectados el uno del otro. Dos extraños.
Empezaba a extrañar tu silencio, tu frialdad, tu altivez, tu mirada verde en la que alguna vez supe perderme.
Sentí frío y me acosté en el piso, acurrucado como un ovillo mientras el último avión rasante, allí a lo lejos, hubo de pasar como una enorme saeta de plata.
Al cabo de un rato, cuando el sueño me vencía y ya entraba en vigilia, vos regresaste con una bolsita plástica de farmacia. Te habías ido brevemente, por unas compras, para volver al punto de inicio.
Me viste y sin dudarlo te sentaste a mi lado, en esa fría vereda de plaza.
Te me pegaste como estampilla, me diste calor con tu cuerpo, hiciste reposar mi cabeza en tu regazo y la acariciaste con inusitada ternura.
Habría querido que el sueño siguiera, al menos un poco más.
Te encuentro en el próximo, si Dios quiere...
Te me pegaste como estampilla, me diste calor con tu cuerpo, hiciste reposar mi cabeza en tu regazo y la acariciaste con inusitada ternura.
Habría querido que el sueño siguiera, al menos un poco más.
Te encuentro en el próximo, si Dios quiere...
"Me acobardó la soledad y el miedo enorme de morir lejos de ti, qué ganas de llorar, sintiendo junto a mí la burla de la realidad"... -José María Contursi- Pedro Blanco Laurenz
Pablo / @DruidbloggerOK

Muy bello y nostalgico...
ResponderEliminarGracias, querida. Por tu opinión generosa y por visitarme.
ResponderEliminarEsos sueños tan reales! Que lindo cada detalle relatado...
ResponderEliminarGracias por tu generoso comentario, y por tu visita.
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