domingo, 17 de julio de 2022

OROÑO

Aún no siendo una finca, o una estancia, te refería con un nombre cuando de vos hablaba.
Pude haberte llamado de mil modos más apropiados, más simbólicos, más alegóricos.
Pero llevabas el 1591 de la calle Nicasio Oroño, a metros de Posta de Pardo, no lejos del confín sudeste del barrio Villa Irupé, de Ituzaingó, otrora ocupado por tambos, huertas y quintas. 
Y te quedó Oroño, nomás.
Eras una casita minúscula y virginal, llave en mano y de colores pastel, parte de un condominio deshabitado y silencioso al que llegara por casualidad cierta tarde del milenio anterior; cansado de tanto deambular con mi viejo Fiat Uno.
Llovía a cántaros, llevaba horas manejando por la zona mirando carteles de inmobiliarias enclavados en jardines y frentes, o pendiendo de ventanas y portones de casas a la venta.
Te vi y me enamoré. Me entraste por los ojos, tal como a los hombres suelen entrarnos las mujeres. Y cuando hablé con el martillero comprobé que tu precio era una suma que yo podía pagar.
No pude disfrutarte mucho. Pero hasta que el destino me asestara dos fuertes golpes, sobre todo el segundo, novié con vos.
Sí, Oroño, fuiste y me contuviste como una bella novia.
Me seguiste perteneciendo un tiempo, a pesar de que debiera dejarte por imperio de circunstancias que me excedían largamente.
Y te liquidé a precio de regalo, cuando mi vida había dado un giro violento y el resto de las unidades funcionales estaban ya usurpadas.
Te regalé, Oroño. No lo merecías, pero así estaba escrito tenía que ser.
Entiendo que es por ello que te sueño, casita metamórfica. Porque cada tanto, en madrugadas largas, me encuentro llegando a tu entrada, o dentro incluso de tu propio interior. Y te hallo vacía y en desorden, con cortinas y muebles llenos de polvo. 
Pero no hay un sueño en el que luzcas igual.
A veces tu fondo es amplio y con fronda de árboles añosos.
Otras, en cambio, tenés el dormitorio con la cama hecha, una biblioteca ordenada y la heladera llena de víveres, como invitándome a quedarme esa noche al menos.
Como si quisieras reconquistarme. Como si hiciera falta...
La última, antenoche, vi que la vecina de enfrente, la señora de Vázquez, ya no me reconocía. Y mientras al salir ponía en marcha el auto te miraba con culpa, como si estuviera abandonándote nuevamente hasta el próximo sueño.
Esperame, Oroño, porque aún en mis sueños mi corazón siempre me hará volver.
Como suele ocurrir con el primer amor, que permanece casi incólume más allá de los caminos laberínticos que nos depara la vida...


"Tu casa debería contar la historia de quien eres, ser una colección de las cosas que amas"... Nate Berkus


Pablo  /  @DruidbloggerOK


Nicasio Oroño 1591. Ituzaingó- Buenos Aires







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