miércoles, 26 de julio de 2023

EL ÚLTIMO VIAJE DE MARTA

En la misa de 11 del domingo 15, el padre José Luis comunicaba la triste noticia de la partida de Marta. 
Últimamente ella andaba bastante paseandera. Y lo bien que hacía.
Acababa de regresar de un viaje al interior y la muerte la sorprendió en la soledad de su casa. La hallaron caída en el baño, acaso después de no responder los mensajes.
Ante cada escapada de varios días ella me recomendaba su vivienda por mensaje de whatsapp: "Pablo, cuídeme el ranchito" 
Y así hice cada vez, manteniéndome alerta ante ruidos o movimientos extraños, o ante volantes publicitarios pegados a su puerta y papeles arrojados a su vereda.
Los primeros años como vecinos no fueron de buena comunicación. Por detalles en los que no pienso abundar ella dejó de saludarme. Solía pasar por mi frente, contiguo al suyo, y mantenía un talante altivo, inmutable, hasta arrogante, ni me miraba siquiera y seguía de largo como si yo me fuese un árbol y ella una efigie ambulante.
Su esposo Arturo jamás dejó de hablarme. Compartíamos charlas en la puerta cuando aún podía hacerse con alguna tranquilidad. Pero ella, inexplicablemente molesta continuaba ignorándome, cobrándome a tasas usurarias algo que ella desaprobó de cuando apenas me mudara.
Pero una tardecita del 2014, en la que me viera llegar a la misa vespertina de entre semana, me miró, quizás sorprendida, y me preguntó si podía leer la primera lectura. Cosa que hice y repetí durante ese año por pedido suyo o de quien dirigiese la celebración.
Se trató de un antes y un después, de algún modo la liturgia nos revinculó, y como se verá en las próximas líneas la parroquia fue, más allá de encuentros circunstanciales por proximidad geográfica, un lugar común.
Y bueno fue. Tanto para mí, alguien a quien le que gusta llevarse bien con sus vecinos, así como para ella, pues pudo contar conmigo cada vez que me necesitó.
Como hacer trámites digitales relacionados a la jubilación de ambos, o como cuando la salud del bueno de Arturo, gallego osco y aguerrido en su momento, empezara a patearle en contra, por lo que varias veces debí ayudarla a alzarlo del suelo incluso de madrugada.
El fallecimiento de Arturo, cinco o seis años atrás, fue conmocionante para Marta.
Recuerdo su llanto ahogado en la declinación de cada jornada o bien entradas las noches. Era una mujer aferrada a su esposo, de quien dependía emocionalmente a pesar de sus rústicas formas y su inocultable tosquedad.
Llegaría, tarde o temprano, la hora del consuelo, que le permitió afrontar los desafíos cotidianos sin aquél que por ambos venía haciéndolo.
Con el correr de los meses dejó un saludable hábito compartido con su marido, el de andar en bicicleta, pero continuó con el de viajar al interior, algo que con él en vida hacían junto a otros jubilados.
Pero su última estación se vio signada por dos robos a su casa, a la que al cabo de un tiempo convirtió en fortaleza, con cerco más elevado al frente, cerco eléctrico en su terraza y detector de movimientos. Ello la golpeó, nuevamente comenzaron los llantos nocturnos, pero salió adelante y con los recaudos de seguridad tomados continuó con su espíritu aventurero.
Marta nos entregó a mí y a Marcela la tarjeta navideña parroquial, y cada tanto la veíamos sentada en los primeros asientos del ala izquierda de la capilla, entonando los cánticos con mucho ahínco, que es lo más valioso, aunque con los agudos sobreexigidos. 
No recuerdo cuándo fue la última vez que la vi. Sí sé que un día coincidimos con ella volviendo de la misa del sábado, y adecuamos nuestros largos pasos a los suyos para esperar luego a que entrara a su domicilio.
Me había comentado la contratación de un jardinero, al que buscara con  preocupación a fin de que ante cada escapada su césped siempre luciera corto y su casa siempre pareciera habitada.
Finalmente, casi un mes atrás, me recomendó nuevamente le mirara su "ranchito", se acercaba un nuevo paseo de varios días. Sin saber que sería el último planeado valija en mano.
Transcurrieron los días y los silencios fueron prolongándose más de la cuenta. Una mañana nos percatamos de una luz encendida las 24 horas en su pasillo y comprobamos que la bandera argentina, puesta en la previa del 9 de julio, seguía colgando en su ventana. Pero nada sospechamos.
A su último viaje, emprendido poco antes y sin que lo supiéramos, Marta fue despojada de equipaje.
Sin boleto, sin mudas de ropa, sin dinero ni itinerarios por recorrer.
Llegó la hora de reencontrarse con Arturo y sus amistades pueblerinas, de testificar la naturaleza divina del Dios a quien alababa, de descansar definitivamente.
Sus plantas de adelante siguen verdes y vigorosas, sus helechos inmarcesibles, las flores rosadas aún con todos sus pétalos.
Su casa, más silenciosa y sombría que nunca...


Pablo / @DruidbloggerOK



Jardín de adelante de Marta




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