Lunes por la mañana.
La Pascua ha concluido y el espíritu de su conmemoración parece haber dejado de crepitar junto a las brasas que asaran al generoso cordero. Esperaba me acompañase al menos un tiempo, que me animase por más días, pero mientras el domingo se moría y se apagaban los ecos de las risas y los diálogos familiares yo iba retornando de a poco a la vida verdadera.
Otra vez la opresión en el pecho, el dolor en el estómago y el vacío en el alma. De nuevo los temores hacia todo, la creciente sensación de finitud, la molesta incertidumbre que se encapsula como un tumor en cada instancia cotidiana.
Se han apagado muy pronto los bríos de una fe a la postre pasajera, por lo que sigo acrecentando mi deuda con Dios, mi máximo y eterno acreedor, cuando frescos se hallan aún los rojos estigmas de su Hijo resucitado.
Pedir perdón es todo cuanto puedo hacer, y sé que el Padre me escuchará y considerará misericordiosamente mi clemencia.
Lunes por la tarde.
Nada ha cambiado respecto a las horas tempranas. Daría cualquier cosa por el cobijo del silencioso entorno de mi casa; o por un espacio de tiempo en el que no existan las preocupaciones ni zumben cerca las dificultades. O por un abrazo fuerte.
El reloj marcha cansino, con un desierto de arena y sin apuro ninguno. Yo lo miro insistentemente como si ello en algo acelerara su lento curso.
Alzo la vista hacia el cielo y compruebo que se ha poblado de nubes plomizas.
Ha sido muy fugaz el abrigo de la Pascua. El corazón sufre el frío a horas nomás de que el domingo se fuera y mientras recuerda al amor, tan lejano ya, y que cierto día veintiuno, otrora, por siempre se marchara.
Lunes por la noche.
Las sombras ganan espacio rápidamente en mi derredor.
La música suave y el fresco del vino me preparan para la oración inexorable.
Escudriño los rincones de una morada cada vez más solitaria.
Ayer fue Pascua, pero hoy comienza un nuevo y lento Via Crucis que reclama no mi resurrección, pues mortal soy, pero si un pronto restablecimiento de mi fe...
Lunes por la noche.
Las sombras ganan espacio rápidamente en mi derredor.
La música suave y el fresco del vino me preparan para la oración inexorable.
Escudriño los rincones de una morada cada vez más solitaria.
Ayer fue Pascua, pero hoy comienza un nuevo y lento Via Crucis que reclama no mi resurrección, pues mortal soy, pero si un pronto restablecimiento de mi fe...

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