Ayer, en el epílogo del domingo, escuchaba por televisión a dos conocidos psicólogos debatir acerca del temor que genera en la gente el envejecer.
Se dispararon temas accesorios como el del reloj biológico, la idealización de la juventud, las pérdidas que se experimentan con el paso de los años, la asociación de vejez con decrepitud
La conclusión, un poco, era que el mayor problema se vive cuando no hay proyectos por cumplir, y quien ya no los tiene, independientemente de su edad cronológica, está ya viejo. Incluso hasta podría hablarse de personas que ya han muerto sin haberse dado cuenta aún.
Viejo, asimismo, aparecía como aquel que tenía más recuerdos que planes por realizar.
No podía no sentirme alcanzado por estas sentencias.
Sin amar lo que hago, sin haber jamás encontrado la luz vocacional, con una creciente sensación de finitud y ante el temor y la duda como denominadores comunes ante cada paso que debo dar, se abre en el atardecer de mi vida un brumoso panorama.
La duda, pues, radica en distinguir si siendo aún joven, me trato de un hombre viejo o directamente de un espectro...
Pablo, el druida

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