Es un túnel.
Eterno y cenagoso. Oscuro como el de un subterráneo, de paredes húmedas y techo incierto.
Cada tanto un sonido indefinible rompe la quietud.
No hay carteles, no hay señales, tan solo la luz del candil permite el avance hacia algún sitio.
Hay goteras audibles, hay olor a musgo, cuesta respirar, intento moderar el ritmo de mi caminata.
Intuyo la vecindad de roedores como única presencia y sobreviene el asco. Pero continúo la marcha.
Me persigno, me encomiendo a Dios y casi a tientas sigo adelante. Pateo accidentalmente una lata blancuzca que se hallaba en el piso. Sigo avanzando.
No sé por qué, pero el techo pareciera estar más cerca. Incluso las paredes aparentan estar menos equidistantes entre sí, como si el túnel se fuese angostando paulatinamente ante mi lento y errático avance.
Me pregunto hacia dónde me llevará esa negritud infinita y casi inanimada, despojada y tenebrosa. Me siento en el confín entre dos mundos mientras se agota progresivamente el combustible de mi única y pobre fuente de luz.
Comienzo a agitarme y mi ritmo cardíaco se torna cada vez más acelerado. No hay dudas, el túnel se estrecha cada vez más; un poco lo adivino y otro poco lo puedo ver a duras penas.
Padre Nuestro, que estás en el Cielo.
Sigo mi derrotero como si fuese un condenado a las tinieblas, solo y sin alforjas.
Hay más goteras y cada vez menos luz.
Pienso en lo que fuera mi vida, mis amores, mis afectos entrañables, mis errores.
Santificado sea Tu Nombre.
Una pequeña tos me complica aún más la existencia. Las piernas me pesan, estoy cansado y desvalido.
Ahora percibo extrañas exclamaciones que vienen desde atrás, vagas aún, pero que se acercan.
Pienso qué será ese rumor creciente y me inquieto aún más.
Venga a nosotros tu Reino.
Me duelen los pies, pero igualmente camino, casi sin poder pisar por las ampollas.
Las voces se acercan más, siento que me llaman por mi nombre. Me aterrorizo ante la guturalidad de las exclamaciones.
Qué querrán de mí? Se apaga el candil.
Hágase tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo.
Con la poca fuerza que me queda y con el corazón en mi garganta doy unos pasos más y, ante mí, el abismo inesperado e inconmensurable que me fagocita.
Caigo quién sabe por cuantos segundos, caigo sin parar.
De nuevo mi vida en pocos segundos, mis pocos éxitos, mis tantos quebrantos, mis sonrisas, mis llantos.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
El Altísimo oye mis plegarias desesperadas y aparezco en mi mullida cama y bajo las colchas.
Un nuevo día empezaba con mucho vértigo...

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