Pensé había sembrado más en nuestro fértil campo, mas el sábado recibí de ti pocas espigas.
Han sido puntuales, sí, pero acaso exiguas para un día tan especial.
Fueron las primeras, cuando de la mañana casi no se oían rumores, pero no lucieron tan doradas como cuando los trigales le sonríen al sol.
Sabía me escribirías esta vez, y también que, luego, mi día no sería ya el mismo.
Fue así, y la melancolía me dio un abrazo aún más pegajoso que el que suele darme en el sigilo de tantas noches.
Recibir o no tu mensaje no pasaría jamás desapercibido, sería como la lluvia para los surcos arados, o la luna para los enamorados.
Reducida a escombros la ilusión del tenerte sólo resta esperar lo imposible, que las heridas suturen, pues aún están tan abiertas como la tierra a poco de ser inseminada.
Y con heridas abiertas es difícil vivir...
Pablo, el druida

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