Pretendiendo mis palabras no sean extemporáneas, intento una humilde reflexión mientras perduran los ecos de la final del domingo.
Ciertamente hemos pretendido mojarle la oreja a un gigante.
Brasil lo es, tanto geográfica como cultural y deportivamente.
Luego de invadir sus calles elegimos sacar pecho de una paternidad inexistente cantándoles pegadizos y sarcásticos acordes, llamándolos con calificativos despectivos, atiborrando sus calles con nuestra arrogancia característica y burlándonos en su dolor cuando perdieran a su mayor figura por lesión y en el momento en el que fueran vapuleados por quien, a la postre, terminara siendo nuestro verdugo.
Comprensiblemente, la reacción de los vecinos de al lado no tardó en llegar.
Les dimos la chance de olvidar un poco sus penurias futbolísticas con nuestra propia caída en el coliseo carioca.
Les dejamos tontamente descubiertos nuestros flancos más débiles.
Además nos ha tocado retornar a la Argentina silbando bajito y masticando la derrota.
Hoy se encuentra en Fortaleza, nordeste de Brasil, nuestra atribulada Jefa de Estado, invitada al encuentro de los BRIC. Pero sólo circunstancialmente, no como presidenta de un país miembro de tan importante grupo.
Si históricamente no nos la hubiésemos creído, quizás, hoy seríamos miembros y no apenas convidados de piedra.
Y si en lugar de elegir el perfil de guapo de arrabal intentáramos parecernos en algo a los jugadores de nuestra Selección Nacional?
Acaso no es mejor cultivar el bajo perfil, el respeto y la caballerosidad?
No nos quedemos en la risa ante las ocurrentes sentencias sobre Javier Mascherano que han circulado velozmente por las redes sociales; imitémosle en su tesón, en su hidalguía y en su coraje.
Seamos colectivamente virtuosos, como los muchachos de Sabella, que de ese modo volveremos de a poco a ganarnos la admiración que en cierto momento, tantos, nos llegaran a perder...
Pablo, el druida

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