Te pensaba ayer mientras el agua de lluvia discurría por las canaletas y repiqueteaba en zinguerías.
Imposible no soñarte despierto ante un cielo sombrío que cada tanto expresaba airadamente su malestar con ruidosos truenos. Entonces icé las velas y me dejé llevar por el viento hacia tiempos más benévolos; tiempos de utopías y de ilusiones, de emociones, de fuertes reciprocidades.
Te reencontré al abrevar en viejos correos, deteniéndome en textos llenos de símbolos, en fotografías significativas, en floridas sinestesias. Y la conclusión, que llega con puntualidad cartesiana, fue la misma de siempre: jamás podría amar como te amé, redescubriendo una y otra vez que vos estabas hecha para mí.
Y también que el amor NUNCA muere.
Aunque mañana podría ser el sol y pasado un ocasional ritmo de bossa nova emergiendo desde los parlantes, esta vez fue la lluvia el motor inspirador, en chubasco o en aguacero, cayendo durante toda la tarde sobre frondas y tejados. Esa música natural me llevó hacia vos y me alejó paulatinamente de mi trabajo, en el que sólo físicamente me encontraba.
Soy, pues, un turista consuetudinario con pasaporte actualizado, que va y viene desde la frontera de tu recuerdo con valijas de saudades. Y que seguirá viajando hacia ese destino inmarcesible, pase lo que pase, porque esos años ya han sido celosamente atesorados.
No resulta sencillo rememorar tus cambios, detenerse en tus mudanzas actitudinales. Antes crepitabas como el fuego y eras pura intensidad, en la distancia me llegabas de múltiples formas, marcabas tu presencia, eras demostrativa y cariñosa. Luego de irte por última vez ya no fuiste la misma, y en la medida en que se desvanecían las posibilidades de tu retorno me fuiste condenando a un frío silencio, a la brevedad epistolar, al contacto cada vez más esporádico, al desinterés aparente. A la ignorancia.
Ya no sufro como otrora, me he ido habituando a lo nuevo y a la finitud de nuestro vínculo, pero de cualquier modo siento un cimbronazo en el pecho ante la idea del "nunca más". Y si ya no te veré preferiría ya no saberte aún pensándote cada día, aún orando por vos y confiándole a Dios tu cuidado. Preferiría sólo imaginarte y evocarte, buscarte en excursiones retrospectivas, respirarte en el perfume de las sábanas limpias.
Hoy ya no llueve. Igual te escribo desde el mismo escritorio en el que ayer te leyera y pensara.
Ya no hay mensajes de texto ni correos electrónicos. Mucho menos llamadas.
Pero al menos tengo mis maletas llenas de recuerdos y de cartas amarillentas.
Será entonces hasta más ver.
O lo que es decir...hasta el próximo viaje...
Pablo, el druida


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