domingo, 26 de octubre de 2014

Partida enigmática

La última vez que la vi fue iniciándose la semana, en horas del ocaso, mientras despedía a mi hermana en la puerta de la casa de mis padres.
Pasó como un fantasma, con la mirada inerte y perdida, su negro cabello recogido, su paso incierto y su cuerpo más enjuto.
Siguió de largo sin detenerse y sin siquiera saludar, encerrada en su misterio. Nosotros la miramos como de soslayo, al igual que ella a nosotros, que con actitud evitativa e insondable pareció apurar los últimos metros hasta su propia entrada.
Ella nos vio. Nosotros la vimos. Pero llevaba como siempre una actitud distante, ensimismada, como esas personas con las que uno debería prácticamente chocarse para cambiar al menos un gesto o dos palabras.
Vaya uno a saber desde cuándo habrá partido.
Su desaparición física fue en la tarde del viernes, sí, cuando su cuerpo inmóvil apareció pendiendo del techo con una soga, pero ella se hubo de ir mucho antes, acaso el mismo día en que su padre tomara una decisión similar. O quizás fue apagándose de a poco, sin que nadie se percatara mientras se refugiaba en la actuación, los escenarios oscuros, las pastillas y el mundo underground.
Había visto poco antes a M.E. Fue en la farmacia grande del centro de Castelar. Ya no parecía la misma mujer, se la veía más delgada, desmejorada. Su pareja buscaba animarla ofreciéndole mimos y caricias, pero ella permanecía sentada, tiesa como una efigie, posiblemente avanzando en su interior con el tejido de su corto futuro. Hoy estoy seguro de que ya por entonces ella estaba en la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos, acaso en una suerte de purgatorio terrenal, pagando con creces cuentas que le fueran ajenas.
Hay quienes tardan en marcharse, errantes y vagabundos de múltiples dimensiones, en busca de su destino final.
Es por eso que también tengo certeza de volver nuevamente a verla, sin necesidad de tener que pasar forzosamente a la eternidad.
Quizás sea la próxima vez que despida a mi amada hermana en el porche de mis padres, cuando caigan las primeras sombras; acaso en otra ida a la farmacia, cuando divise a un delgado y joven hombre, de mirada triste, que intente confortar con denodado esmero el alma maltrecha de su pobre mujer en extravío...


Pablo, el druida



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