Se marchó una madrugada desapacible y ventosa, justo en la jornada siguiente al Día de los Fieles Difuntos, acaso con sus últimos arrestos de rebeldía. Hace apenas unas horas nomás.
Su enorme cuerpo terminó apagándose en una fría cama de hospital, víctima de una maldita enfermedad que terminara doblegando su férrea resistencia.
Y bajo el manto de un cielo plomizo su alma se hizo lluvia.
La mala noticia se propagó rápidamente, como todas esas que uno nunca quisiera escuchar.
Había ya anticipado que le tocarían controles de rutina que requerírían de internación, por lo que yo sabía que no venía bien de salud. Pero no sospechaba ni por asomo que estuviera en una situación tan delicada, de esas que conllevan riesgo de vida.
José Luis era buen tipo, frontal, sensible. Donde él se encontrare había seguramente jolgorio y risas desenfrenadas. Y apenas puedo imaginar la atmósfera circundante al llegar el inexorable momento de su enfado contra el sistema.
Lo "conocí" accidentalmente, cuando mucha gente lo citaba en la red social Twitter. Todo lo que se le relacionara estaba reñido con lo pacato y ceremonioso. Es más: cuidaba muy poco de sus formas, de sus epítetos, de sus rotundos calificativos. Solía escribir visceralmente, sin eufemismos, sin filtros.
Recuerdo que hace unos meses había posteado las fotos de una excursión que hiciera a la Isla Martín García. En todas ellas se lo veía risueño y rodeado de gente que parecía festejar sus ocurrencias. Me comentó luego que había hecho las veces de "animador" ocasional del viaje, ayudando a la guía turística con el resto del contingente.
Cierta vez se me ocurrió escribir en mi celular por Twitter desde la guardia de una clínica. El primer comentario fue el suyo, preguntándome servicialmente si podía ayudarme de alguna manera. Y no me conocía personalmente!
Así era José Luis, un ángel gordo, un hombre querible.
Así era José Luis, un ángel gordo, un hombre querible.
Escuché varias veces su divertido y desacartonado programa de radio cuando las noches de los sábados se ahogaban en domingos chispeantes. Nunca pude llegar hasta el final porque soy de tiro corto, pero un buen rato conectado a "La Crazy On Line" bastaba para desembarazarme al menos momentáneamente de mis angustias y de mis miedos.
Porque la risa es una excelente herramienta contra la depresión. Y él me hizo reír mucho.
José Luis sonaba auténtico y familiero, y era hombre de barrio. Sus insultos hacia las prestadoras del servicio eléctrico han sido memorables, así como su queja hacia todo aquello que oliera a oficialismo.
Pero se fue un día de noviembre, ceniciento y destemplado, que ya lloraba en anticipo su inesperada partida.
Me enteré de su deceso por Ana, otro contacto de Twitter y Facebook, simpática escritora -y artesana- de Bahía Blanca con quien interactúo desde hace un par de años. En realidad quedé estupefacto al leer lo que ella escribiera sobre la muerte de José Luis. Le pregunté si había leído bien, si era cierto que éste ya no pertenecía al mundo de los vivos y ella me confirmó la triste noticia por chat privado.
Entonces todo fue ver posteos de saludos, lamentos y despedidas de oyentes y amigos que aún no salían de su asombro y pena.
El día siguió luego con sus vértigos y recodos, un espacio de sucesivas estaciones en el que las horas se deshojaban una a una, y la tarde lloraba sus lágrimas frías por el amigo que se había ido así, intempestivamente.
Llegué del trabajo hacia la tardecita, aún bajo una molesta garúa.
Me recibieron el silencio y la quietud de la casa y decidí abrir la notebook unos minutos antes de ir a ducharme. Me encontré así con un risueño comentario de Ana mofándose de la extraña dolencia que mantenía internada a la presidente. Se lo festejé explícitamente luego de casi haber escupido el fresco torrontés que me había servido segundos antes. Es que Ana suele ser muy ocurrente.
Me señaló que había que reírse de cualquier modo, a pesar de la pena, lo que a mí me pareció una suerte de homenaje a aquel que siempre nos hiciera divertir y ya no se encontraba entre nosotros.
Entonces Ana me lo contó.
Ella había estado fantaseando con una amiga acerca de la mejor forma de tomarse una revancha de nuestros gobernantes, de darles una especie de escarmiento ante tanto desmanejo, ante tanta corrupción enquistada en todos los estamentos de poder. Y ésta le sugirió le preguntara a José Luis, justamente, para que interviniera de algún modo ya que su alma aún no se había marchado definitivamente, todavía no se había desvanecido del todo. Ana me dice que eso fue lo que hizo, buscando una excusa para contactarse de algún modo con su amigo, que llevaba horas de fallecido y con quien hacía apenas dos días no se conectaba por Facebook. Su sorpresa fue mayúscula al ver justo al final del último chat con José una frase nueva, de ese preciso instante y que hasta entonces no estaba: ..."un beso grande!!!"... -se leía-. Y nadie salvo él manejaba su cuenta, como Ana se ocupara de chequear debidamente!.
Cómo dormir esa misma noche, cómo pegar sus ojos y conciliar el sueño pasaba a ser un complejo tema a resolver para la querida amiga bahiense.
Pero esa...esa es otra historia...
Pablo, el druida
Me enteré de su deceso por Ana, otro contacto de Twitter y Facebook, simpática escritora -y artesana- de Bahía Blanca con quien interactúo desde hace un par de años. En realidad quedé estupefacto al leer lo que ella escribiera sobre la muerte de José Luis. Le pregunté si había leído bien, si era cierto que éste ya no pertenecía al mundo de los vivos y ella me confirmó la triste noticia por chat privado.
Entonces todo fue ver posteos de saludos, lamentos y despedidas de oyentes y amigos que aún no salían de su asombro y pena.
El día siguió luego con sus vértigos y recodos, un espacio de sucesivas estaciones en el que las horas se deshojaban una a una, y la tarde lloraba sus lágrimas frías por el amigo que se había ido así, intempestivamente.
Llegué del trabajo hacia la tardecita, aún bajo una molesta garúa.
Me recibieron el silencio y la quietud de la casa y decidí abrir la notebook unos minutos antes de ir a ducharme. Me encontré así con un risueño comentario de Ana mofándose de la extraña dolencia que mantenía internada a la presidente. Se lo festejé explícitamente luego de casi haber escupido el fresco torrontés que me había servido segundos antes. Es que Ana suele ser muy ocurrente.
Me señaló que había que reírse de cualquier modo, a pesar de la pena, lo que a mí me pareció una suerte de homenaje a aquel que siempre nos hiciera divertir y ya no se encontraba entre nosotros.
Entonces Ana me lo contó.
Ella había estado fantaseando con una amiga acerca de la mejor forma de tomarse una revancha de nuestros gobernantes, de darles una especie de escarmiento ante tanto desmanejo, ante tanta corrupción enquistada en todos los estamentos de poder. Y ésta le sugirió le preguntara a José Luis, justamente, para que interviniera de algún modo ya que su alma aún no se había marchado definitivamente, todavía no se había desvanecido del todo. Ana me dice que eso fue lo que hizo, buscando una excusa para contactarse de algún modo con su amigo, que llevaba horas de fallecido y con quien hacía apenas dos días no se conectaba por Facebook. Su sorpresa fue mayúscula al ver justo al final del último chat con José una frase nueva, de ese preciso instante y que hasta entonces no estaba: ..."un beso grande!!!"... -se leía-. Y nadie salvo él manejaba su cuenta, como Ana se ocupara de chequear debidamente!.
Cómo dormir esa misma noche, cómo pegar sus ojos y conciliar el sueño pasaba a ser un complejo tema a resolver para la querida amiga bahiense.
Pero esa...esa es otra historia...
Pablo, el druida

Conocí a Lucho gracias a Twitter y supe enseguida que era buena gente...
ResponderEliminarGracias por recordarlo.
Gracias a vos por tu gentil comentario.
ResponderEliminarAhora el monito está bien cuidado, tiene al mejor de los médicos y la vecindad de su adorada madre, a quien mucho extrañaba.
Saludos...
También yo conocí a Lucho en Twitter promocionando su radio. Nunca olvidaré su risa. Gracias por tan lindas palabras.
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