No estaba en los planes empezar por el final.
Mi intención era hacer un trazado de sensaciones profundas, bosquejadas desde la propia genésis de un regocijante fin de semana de servicio.
Se trataba de mi primer retiro en tal condición, y el de Emaús Santa Teresita Nº 22 había ya concluido.
Habría tiempo posteriormente para engarzar recuerdos bajo el abrazo del incienso y la caricia de la música. Pero estábamos volviendo a casa con mi hermano y Karina, su esposa, prestos a coronar con una cena la hermosa experiencia, doblemente fraternal y reconfortante para el corazón.
Quedarán para un próximo posteo, por tanto, el inicio y el desarrollo de esas deliciosas jornadas.
El auto integraba una de esas clásicas caravanas de domingo, de tránsito nutrido y gente presurosa por retornar de sus destinos, queriendo ganarle a los semáforos y a la mayoría de edad de la noche, entre bocinazos, escapes de gas y espasmos de luces.
No manejaba cómodo. La humedad intensa esmerilaba la visibilidad, pero cuando el climatizador y el desempañante cumplieron su misión, un viejo y humeante camión no respetó mi prioridad de paso, se me antepuso ubicándose sobre la mano izquierda y me obligó a circular detrás de su pesado transitar.
Y así sucedió por cientos de metros, marchando lentamente por la circunstancia y recibiendo su oscura combustión.
Algunos vehículos empezaron a sobrepasar por la derecha. Casi sin pensarlo me decidí por lo mismo confiando en la potencia del motor de mi auto. En eso andaba, el camión empezaba a quedar atrás, pero su conductor decidió acelerar su marcha justo en el momento en el que yo viraba mi auto hacia la izquierda para ubicarme delante de él.
No quise arriesgarme, tampoco iba a embarcarme en una discusión de tránsito cuando el fin de semana vivido no lo merecía. Así fue que volanteé nuevamente hacia la derecha hasta tener una nueva chance de superarlo, antes de la próxima rotonda distribuidora.
Pero el bache apareció de pronto, ancho y profundo, hijo de la desidia de gestiones deficientes.
No es que no lo viera, pero preferí tomarlo con mi lateral derecho a que el camión eventualmente nos colisionara.
El ruido fue seco y enseguida supe traería consecuencias, pues la dirección empezó a "tirarme" hacia la derecha. Diego bajó, rápidamente, para comprobar si estábamos "en llanta" y sus noticias no fueron buenas: las dos cubiertas derechas, de perfil bajo, estaban a ras del pavimento.
Las palabras de mi hermano fueron un sopapo momentáneo a mi estado de gracia.
Si bien la verdadera justicia no es activo de este mundo, no era realmente justo terminara así un domingo de adoración y alabanza, de encuentro personal y colectivo con Jesús, de crecimiento y compromiso.
La obviedad indicaba llamar al servicio de la aseguradora, los automóviles cuentan con un solo auxilio. Había que verificar para ello la ubicación del vehículo a fin de informar a la grúa más cercana.
En plena elaboración de este texto pensé en algo que anoche se nos pasó por alto: ver la ubicación en el navegador del auto o en el de los tres celulares que en él viajaban.
Diego, solícito, bajó para ver la dirección y caminó primero hacia adelante, donde se emplaza un Shopping, y luego hacia atrás, pues no se divisaba la altura de la Avenida, otro fruto de la negligencia.
Mientras revisaba el portadocumentos en búsqueda del carnet del seguro una luz intermitente me sorprendió. Venía de atrás y provenían de un auto que estacionó inmediatamente al mío.
Bajé y vi caras conocidas.
Caras de gente buena y de alma noble, de espíritu emausiano y con quienes compartí hasta momentos antes dos días que conservaré dentro de mí, por siempre, en un relicario.
Gente que postergó su retorno al hogar para asistirnos, a pesar del cansancio, para darnos una mano invaluable
Literalmente "se ocuparon", cambiaron una cubierta por la de recambio, se llevaron la otra a una gomería para su reparación, la colocaron y nos devolvieron la tranquilidad en horas de nocturnidad, lejanía de nuestra casa y desazón.
Al día siguiente me enteré de que Elvio había tomado ese camino por error. Error que a la postre devino acierto.
Al día siguiente me enteré de que Elvio había tomado ese camino por error. Error que a la postre devino acierto.
Hace tiempo no creo ya en lo mágico de las casualidades.
Creo, sí, en los milagros y en las señales.
No supe decodificar la que me llegara desde cierto confín, por entonces inabordable, mientras transmutaba en sensación sombría al salir nosotros de la Casa de Ejercicios.
No manejaba cómodo.
No sólo la humedad intensa esmerilaba mi visibilidad.
Pero si no supe interpretar esa señal, bajo la copa de los añosos árboles de San Ignacio, pude entender la segunda y definitiva: Dios se manifiesta SIEMPRE en las almas buenas...
Pablo
P.D. Gracias, Elvio; gracias, Jaime; gracias, Berni, vuestro servicio no se agotó en el retiro, continuó un buen rato más y nos tuvo como beneficiarios...

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