viernes, 3 de enero de 2020

CENA ONEROSA

Parecía por entonces una noche normal.
Cenaba en un restaurant con un amigo, Alejandro Maluf, y Graciela, su señora.
Sin sus niños, dejados en la ocasión al cuidado de un familiar.
Era un sitio concurrido y ecléctico, ya que además de ofrecer comida contaba entre sus servicios con un lavadero express -con planchado- venta de ropa masculina y un espectáculo.
No recuerdo bien el menú que elegimos, sólo que fueron pastas, y que entre los tres consumimos dos botellas de vino tinto, acaso no en su totalidad.
No hubo un número en vivo sino que se proyectó precariamente un musical a muy alto volumen por el que, al cabo de un rato, la gente empezó a agolparse, a manifestarse vivamente y a acompañar en buen número con baile hasta el punto de acercarse demasiado y con cierto riesgo de chocar nuestra mesa.
Más allá de que la velada presentaba ribetes extravagantes y confusos los tres la estábamos pasando bien. 
Pero con el gentío de pie y otros planes trazados para después de la comida, decidimos que el momento de irnos había llegado, por lo que no esperamos al camarero sino que nos levantamos y fuimos directamente en búsqueda del adicionista para pagar por la consumición. 
Nos abrimos paso en medio del baile ya declarado y llegamos a un pasillo largo que se perdía en la nada.
A mano derecha había percheros con sacos de vestir y anaqueles con camisas para la venta.
Y ubicada en su flanco izquierdo, sí, la caja, pequeña y rústica.
En ella, inesperadamente y como responsable, se hallaba sentado un sonriente Miguel Marengo -otro amigo mío- que luego de preguntarnos si habíamos disfrutado de la noche me entregó ya embolsada alguna ropa que supuestamente yo había comprado al ingresar, así como aquello que también habría dejado en la tintorería para su limpieza a seco: un pullover de bremer negro, con escote en V y un jean, ambos bien doblados y listos para llevar.
Finalmente, la cuenta, saladísima, aún para un exclusivo restaurant de Piccadilly St, y que incluía todo lo anteriormente descripto: la friolera de $ 33.000.-!
Yo quedé atónito y amargado.
Más allá de contar con las tarjetas de crédito y débito, saldo en la cuenta y unos siete u ocho mil pesos en efectivo en la billetera, me parecía -y con razón- un dislate abonar esa cifra por una simple cena, un par de camisas nuevas que nunca pensé comprar y dos prendas para su limpieza.
Fue entonces que mientras Alejandro y su señora se alejaban de a poco encaré a Miguelito, que aparentaba ser propietario del lugar:

-Miguelito, treinta y tres lucas me estás cobrando! Qué rompimos?

Miguel, que jamás abandona su chispa y su sarcasmo, me respondió de inmediato:

-Vos te tomás dos botellas de vino de cuatro lucas cada una y te sorprendés? Vamos, Pablito, gatillá que me vas a dejar mal con mis socios...

-Lacra -tal su apodo, y muy apropiado en la situación-, nunca vimos el precio del vino; es más, nunca nos mostraron el menú! Y la pasta no era nada fuera de lo común, bastante normal!

-Pablito, no me regatees, eso no hacen los amigos. Tuvieron el plus de un espectáculo de primer nivel además, eso se garpa. No te tenía así de "agarrado".

A esa altura Alejandro y Gra estaban más lejos aún, como desentendiéndose y desapareciendo definitivamente de la escena.
Ya me iba dando cuenta de que quien debía pagar por todo habría de ser yo. 

-Miguel, no fue un número vivo, me estás cobrando como si se hubiese tratado de un espectáculo de music hall, cantando Liza Minelli en un teatro de Broadway y a valor de "dólar solidario". Y la pilcha...nunca compré esa ropa, aunque reconozco ese jean y ese pullover de la tintorería, esos sí son míos.

Miguelito Marengo seguía decidido a cobrarme:

-Pablo, por favor, estás haciendo un triste papel, tu actitud no es acorde a la de un hermano de Emaús. Son $ 33.000.-  Dale, pagá, estamos en la Argentina, todo aumenta y vos no deberías desconocerlo. Además ya está hecha la factura, acá todo es en blanco, nos estás incomodando.

Su sonrisa empezó a transmutar en rictus sombrío. Yo le respondí:

-OK, a ver...-empecé a sudar- podría pagarte una parte en efectivo y el resto con débito? Encima voy a tener problemas con la AFIP, no gano lo suficiente como para justificar un importe así por cenar afuera.

Nunca escuché su respuesta.
Su imagen se fue difuminando hasta amalgamarse con la bruma que de pronto ganó el lugar. 
Y esa sensación de angustia fue seguida por la de gran alivio cuando mis ojos divisaron el techo de mi dormitorio.
Luego me reí mucho.
Muchísimo...


Pablo / @Druidblogger



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario!