Me visitaste anoche, papá.
Te colaste por una hendija en mis sueños.
Entraste con tu desparpajo de siempre, manejando un auto grande con alguna avería mecánica que requería atención.
El auto era gris plomo. Se ahogaba un poco y tosía roncamente por su escape.
Creo me consultabas por un mecánico, al que terminé yendo pero por el mío. O la mía a mejor decir, pues mi auto blanco de la realidad se transformó en una moto negra en mi dormir.
El mecánico terminó siendo Marcelo, el vecino de enfrente de casa, que tenía un taller grande con muchos autos en lista de espera y a medio desarmar.
Yo te preguntaba, papá, qué necesidad había de que tuvieras un auto a esta edad. Con los gastos de mantenimiento que te generaba.
Vos como siempre te empecinabas en seguir con tus criterios.
Marcelo se quejaba porque no le aceptaban el local para erigir allí un colegio. Mi moto negra, entretanto, seguía sin ser revisada y yo seguía esperando el sueño de los justos.
Alejandro, mi amigo y compañero de la oficina al que conocés muy bien, apareció de la nada y me dijo que no me preocupara, pero que como abogado había recibido una presunta demanda en ciernes contra mí por un choque a un tercero en la zona de Polvorines, en una ruta poco transitada y en horas nocturnas. Choque que yo desconocía o que bajo ningún punto de vista recordaba.
Recuerdo también, papá, entramos a un departamento que yo tenía.
Sin paredes, por lo que al entrar a los vecinos de abajo los veíamos reír y gritar a punto de organizar una fiesta o reunión que nos tendríamos que aguantar.
Algo charlamos, pero no me quedó registro de ello.
Eso fue todo.
Intentaré analizar de parte tuya, si es que lo hubo, algún mensaje encriptado.
A propósito, te espero cuando quieras, verte y escucharte para mí siempre es reconfortante.
Un abrazo y hasta la próxima, viejito.
Te quiero.
Pablo
.jpg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario!